domingo, 21 de noviembre de 2010

"Cuando todos se vayan" de Jorge Teillier



"Cuando todos se vayan a otros planetas
yo quedaré en la ciudad abandonada
bebiendo un último vaso de cerveza,
y luego volveré al pueblo donde siempre regreso
como el borracho a la taberna
y el niño a cabalgar
en el balancín roto.
Y en el pueblo no tendré nada que hacer,
sino echarme luciérnagas a los bolsillos
o caminar a orillas de rieles oxidados
o sentarme en el roído mostrador de un almacén
para hablar con antiguos compañeros de escuela.
Como una araña que recorre
los mismos hilos de su red
caminaré sin prisa por las calles
invadidas de malezas
mirando los palomares
que se vienen abajo,
hasta llegar a mi casa
donde me encerraré a escuchar
discos de un cantante de 1930
sin cuidarme jamás de mirar
los caminos infinitos
trazados por los cohetes en el espacio".


miércoles, 13 de octubre de 2010

Requiem para un barrio

Cortometraje documental. Finalizado en el año 2007. Relata las intervenciones urbanas, realizadas por medio de graffitis, el fallido intento de Rosario Jiménez Gili (artista visual y cineasta) por hacerle ver a la comunidad, el genocidio arquitectonico que se realiza en el barrio el Golf en Santiago. Se destruyen hermosas casonas realizadas a mediados del siglo xx y encima se disponen modernos edificios en altura.

Dirigido y producido por
Rosario Jiménez Gili

                                                                                                                                              

                                
                                      Requiem para un barrio from Rosario Jimenez Gili on Vimeo.

Santiago incandescent

                                                                                                                                                          
Acá podemos apreciar la mirada sobre la ciudad vista por un extranjero, Jeannot. En su perspectiva se observa el valle donde se emplaza Santiago, donde la sustitucion del paisaje original se reemplaza por volumenes densos e incomunicados, y la melancolía exquisita que hay en la observación. 

                               
                      ma vie est un clip vidéo - épisode 3 - Santiago incandescent from Jeannot on Vimeo.

Todos somos del sur


                                            por Cristian Pérez

Yo antes de leer a Teiller leí a Bukowski, y antes claro, a Baudelaire y Poe, y en fin, Stevenson, y todo lo que se lee cuando se es un niño más bien retraído, y con una imaginación fecunda como tenía yo en mi infancia. Pero el asunto es que llegue a Teiller, casi al mismo tiempo que llegue a Linh, y ambos me produjeron un efecto como de despertar a la ciudad, me produjeron una inquietud que me sacó a las calles, me hizo buscar rastros en los lugares donde transitaron estos poetas, y el recorrido de rigor partió en la Biblioteca Nacional. Ahí miré diarios buscando las noticias de las muertes de ambos poetas (tiempo después leí un poema de Bertoni donde cuenta que el día en que murió Teiller, solo aparece en primera plana una noticia sobre Bam Bam Zamorano, lo que es cierto).

Recuerdo haber leído pequeñas notas donde se informaba sobre la muerte de Teiller, en el diario la Época incluso se publica una suerte de homenaje en el día de su entierro. De Linh no encontré nada, no sé si fue por mi impericia, o si efectivamente no aparecía nada, lo que no sería de extrañar si pensamos en la prensa de ese tiempo, pero en fin, los recortes periodísticos fueron mi primera estación en esta búsqueda de quien sabe que, yo no lo tenía claro, era como una aventura o una investigación, como buscar a un familiar largo tiempo perdido. Recuerdo haber caminado por el centro observando todo, donde las lecturas de Edward Bello, de Marín, de Gumucio e incluso de Contreras o Fuguet tomaban otro sentido. Aparecían sus textos, con sus falencias o virtudes, a la luz de la ciudad, y la ciudad en esas semanas se fue transfigurando para mí, y ya no era Santiago un lugar mudo. Esa voz, o tal vez sería más preciso decir ese murmullo, era solo literatura.

Por lo que inevitable fue un día decidirme a visitar los bares que se mencionan en los textos de Linh, pero sobre todo en los textos de Teiller, por lo demás había uno que me fue muy fácil de encontrar, me refiero a La Unión Chica. Entrar por primera vez, a la luz de lo que se contaba de ese lugar, me hacía sentir que había encontrado algo, una pieza de la historia, ya no solo del poeta sureño, sino que de parte de la civilidad santiaguina. Tal vez ese fue el inicio de mi afán por recorrer y descubrir bares, estos eran como dice Piglia, nuestros barcos balleneros a la manera en que eran los barcos balleneros para Melville, o bien las naves desde donde despegar, o tan solo un refugio. En ese tiempo el lugar de moda era el bar Liguria, todos preponderaban sus virtudes culinarias y su atención, lo cierto es que lo visité un par de veces, y no podría ponerlo por encima, por ejemplo, de La Piojera. Podrán decir que es una cosa de gusto pero en los bares también existe una suerte de filiación, y ambos bares tienen un símbolo social distinto, por mucho que La Piojera sea un lugar para el turismo, como una especie de lugar arqueológico que se visita para tener una idea de lo que fue Chile, creemos que ese espíritu pervive en las calles aun, y si bien vive bajo una amenaza, aun brillan sus fulgores, me refiero a una manera de vivir la civilidad, a una manera de ser gente común, que si bien no es todo lo que se aprehende en la poesía de Enrique Linh, si es una de las cosas que va dejando, al igual por cierto en la poesía de Teiller.

Hoy escribo esto, para comentar la desaparición de tres bares secretos, de tres bares emblemáticos, de la desaparición de una parte de la trastienda de la historia de los últimos decenios; El primero, el bar Ingles, ubicado entre la calle Bandera y la calle Agustinas, en el subterráneo de una galería, llevaba ochenta años funcionando, tenía una barra como traída directamente del far west, era de los pocos lugares donde se bebía sin ruidos televisivos o de algún molesto e histérico wutlirser.
Por lo demás era un bar sin ambigüedades, ahí se iba a beber solamente, nunca en los cuatro años que lo visite se intentó buscar el éxito ofreciendo combos o promociones bobas. El lugar, si podías apreciarlo, te proponía una manera distinta de relacionarte, de una amabilidad que desaparece junto con este lugar.

El segundo, el City bar, y su puerta giratoria que te invitaban a un viaje, este era el bar del Hotel City, que en algún tiempo tuvo mejor suerte y más esplendor, sin embargo su bar persistía con su elegancia y distinción que los años no le quitaron en nada. Beber una cerveza ahí lograba abstraerte de la fealdad circundante, añorar mejores tiempos, pensar en los viajes que nos esperan, sentir una extraña nostalgia, y tal vez emborracharse sin remedio. El bar de los Canallas, debe ser tal vez el más conocido de los tres, en especial por su contraseña, que en estos tiempos solo era un remedo de lo que algún día significó, si bien nuestra generación no lo vivió directamente. Se llegaba o por la curiosidad que provocaban los nombres de sus tragos, anunciados en unos carteles sin pudor (por ejemplo, el vitalicio, el vietnamita etc.), hasta la entrada y la mencionada contraseña. Una vez adentro las fotos y rayados, y todos los recuerdos que eran reconocibles para cualquiera que esté enterado de los sucesos acaecidos en Chile en los últimos 35 años. Si bien este bar tenía un aire distinto a los otros dos, digamos un signo más contingente, mas en relación con la urgencia, no deja de ser penosa su desaparición debido al lugar que había pasado a ocupar en el imaginario público, y a la cantidad de recuerdos que seguramente acumulaba.

La Unión Chica persiste aun, con su historia y sus leyendas, lugar que no solo albergó al poeta Jorge Taller, sino que también fue un lugar de reunión y refugio para diversos poetas y artistas, o gente que escapaba del horror cotidiano. Actualmente es un lugar visitado mayoritariamente por empleados públicos, o jóvenes estudiantes que al igual que yo un día, buscan encontrar algo de la leyenda que se forjó en ese lugar. También sigue en funcionamiento la Piojera, y hace unos años se reabrió la confitería Torres, lugar mencionado más de alguna vez en sus crónicas por Edward Bello. Existen otros lugares, como el Hoyo en Estación Central, o por el mismo sector, Los Compadres, y bueno así podríamos seguir sumando lugares que generan una manera de ser en esta ciudad, lugares donde iremos a brindar por los bares desaparecidos, o tal vez sería más preciso decir, por los bares abandonados en el horizonte de nuestra historia común.



viernes, 8 de octubre de 2010

Esto es Cultura –la verdad no sé.

                                                                                                                                                                                              
por Felipe Rojas

Con mis lentes oscuros a modo de protesta personal recorrí los espacios vacios del GAM, sigla con la que se denomina el hace algún tiempo estrenado Centro Cultural Gabriela Mistral y que curiosamente suena parecido a Glam. Pies de cuecas por doquier, organilleros, mimos o algo así acosando gente; un tipo solitario cantando canciones de Violeta Parra, Los Jaivas y todo el repertorio políticamente inofensivo se suma a un par de señores regalando churros a una hambrienta  fila de gente, grupos de chicas regalando gorros y chapitas, y un set de funcionarias sacadas de un catálogo de moda. Era el día del patrimonio, los chilenos teníamos derecho a conocer los edificios e instalaciones que son -je- “de todos los chilenos”.

Particularmente, el ex Edificio Diego Portales me parecía el destino apropiado, su inauguración fue realizada la noche anterior y creí, sería el punto neurálgico para entender lo que para el gobierno de turno significa “cultura” y sus diversas manifestaciones, y de paso saber que ocurría con un proyecto emblemático arrancado de las manos de la Concertación y que, personalmente consideraba el hito con el cual se saldaría en muchos aspectos la deuda en cuanto a memoria y desarrollo artístico en el bicentenario. Ese día no fue así. Ahora tampoco lo es.

Mientras el presidente muestra en público su nueva colección de corbatas para el bicentenario, o asistimos al reality de Laurence Golborne y sus mineros, el ámbito de la cultura en los 200 años de nuestro país y los cerca de 100 que tiene su estudio formal, asisten a un fatuo encuentro entre el espectador y sus manifestaciones a lo largo del siglo que abandonamos. El Centro Cultural emblemático del bicentenario tiene el nombre de nuestra poeta más valorada y al mismo tiempo peor leída, y su nombre se repite tanto en una librería estatal y una galería -las tres a no más de diez cuadras de distancia en la misma calle- y a lo largo del país es el nombre de innumerables museos, centros de investigación, cedes sociales y un largo etc. Y no está mal. Nada mal.

Ese día, mientras recorríamos los pasillos vacios y las salas del GAM, mi compañera realizaba preguntas al aire: “por qué no Centro Cultural Pablo de Rokha, o Marta Colvin, o Vicente Huidobro, Samuel Román, Violeta Parra, etc.” Un largo etcétera que me acompaña hasta hoy, y me hace pensar en lo complejo y prometedor que parecía hace un par de años el bicentenario, y lo triste y tan a nuestra medida que resultó ser. Es verdad que el Centro Cultural Gabriela Mistral se llamó así desde un inicio, pero su remodelación constituía una nueva oportunidad para que la cultura nacional tuviese un espacio de desarrollo incluyente, donde sus departamentos y organismos no esperaran los proyectos y propuestas en formularios y anillados bajo los parámetros de sus comodidades, sino que salieran a buscarlos, a ensuciarse y mezclarse con el exterior, a saber que pasa y elevarlo o dejarse llevar por ello, tal vez volver dañado o no volver más. En ese sentido la inamovilidad de su bautismo inicial, así como la falta de homenajes a otros representantes de nuestras artes, es una ilustración dura y cruda de lo que se entiende por cultura desde la oficialidad.

Ese día, avanzando entre la gente con sonrisas colgadas al rostro, y talleres ultra digeribles sacados de clases de kínder, la frase “cultura es cualquier cosa rara menos lo que hagas tú” resonaba clara y vigente, como una de las tantas cortinas que podrían servir de cierre a nuestra horrorosa fiesta de aniversario, acompañada de la voz falsete de don Francisco y donde se respiraba el mismo aire de tramite improvisado que en los salones del GAM. La frase tomaba más fuerza al ver la escultura de Marta Colvin cuya ubicación delante de un contenedor negro y al lado de un dispositivo de ventilación, la hacían parecer un elemento casual, una pieza del terreno que no pudo ser removida. Y es que las esculturas del patio exterior parecían, parecen aun, estorbos que no pudieron adaptarse del todo, como si el criterio condensador fuese el mismo que se aplica en algunas casas de playa cuando no se puede remover la roca: hacer parte a la naturaleza del proyecto en vez de adaptarlo a ella. El conjunto escultórico de Mario Irarrazabal quedó relegado a un pequeño corredor en la parte exterior trasera del edificio, mientras que la obra en bronce de Sergio Mallol con una pésima restauración que redujo su materialidad a algo parecido a la terracota, se encuentra ubicada bajo el rotulo de “biblioteca” demasiado cerca de la pared para poder ser recorrida.

Quienes conocimos el Edificio Diego Portales podemos dar fe que las obras no estaban mejor así, su conservación era deficiente y las modificaciones sufridas, así como el lugar donde se encontraban no hablaban precisamente de una valoración artística elevada. Sin embargo había otra carga que desapareció con el reset que significó la remodelación: las obras fueron testigos de los cambios, la caída de un gobierno, la ostentación del poder por el poder y la vuelta a una cosa llamada democracia quién sabe por qué. Estaban ahí, parte de todo, incomprendidas por los funcionarios, soldados y autoridades que las observaban a diario, mudas, acusando heridas, modificaciones y resonancias de voces autoritarias, ganando un espacio testimonial que en la actualidad se ve reducido a una anécdota digerida, taquillera y de mal gusto, brillante, pálida, sobre cargada y sin médula como el Glam, como la cultura institucionalizada  y sus inoportunos aunque esperados homenajes, como el UNTAD III/Edificio Diego Portales/GAM que visto a la distancia, a los días y meses de distancia, parece un llavero gigante que cuelga diciendo “la cultura tiene su lugar, es lindo, vacio, huele bien y es nuevo, todo dentro nada fuera”. Mentira.