miércoles, 13 de octubre de 2010

Todos somos del sur


                                            por Cristian Pérez

Yo antes de leer a Teiller leí a Bukowski, y antes claro, a Baudelaire y Poe, y en fin, Stevenson, y todo lo que se lee cuando se es un niño más bien retraído, y con una imaginación fecunda como tenía yo en mi infancia. Pero el asunto es que llegue a Teiller, casi al mismo tiempo que llegue a Linh, y ambos me produjeron un efecto como de despertar a la ciudad, me produjeron una inquietud que me sacó a las calles, me hizo buscar rastros en los lugares donde transitaron estos poetas, y el recorrido de rigor partió en la Biblioteca Nacional. Ahí miré diarios buscando las noticias de las muertes de ambos poetas (tiempo después leí un poema de Bertoni donde cuenta que el día en que murió Teiller, solo aparece en primera plana una noticia sobre Bam Bam Zamorano, lo que es cierto).

Recuerdo haber leído pequeñas notas donde se informaba sobre la muerte de Teiller, en el diario la Época incluso se publica una suerte de homenaje en el día de su entierro. De Linh no encontré nada, no sé si fue por mi impericia, o si efectivamente no aparecía nada, lo que no sería de extrañar si pensamos en la prensa de ese tiempo, pero en fin, los recortes periodísticos fueron mi primera estación en esta búsqueda de quien sabe que, yo no lo tenía claro, era como una aventura o una investigación, como buscar a un familiar largo tiempo perdido. Recuerdo haber caminado por el centro observando todo, donde las lecturas de Edward Bello, de Marín, de Gumucio e incluso de Contreras o Fuguet tomaban otro sentido. Aparecían sus textos, con sus falencias o virtudes, a la luz de la ciudad, y la ciudad en esas semanas se fue transfigurando para mí, y ya no era Santiago un lugar mudo. Esa voz, o tal vez sería más preciso decir ese murmullo, era solo literatura.

Por lo que inevitable fue un día decidirme a visitar los bares que se mencionan en los textos de Linh, pero sobre todo en los textos de Teiller, por lo demás había uno que me fue muy fácil de encontrar, me refiero a La Unión Chica. Entrar por primera vez, a la luz de lo que se contaba de ese lugar, me hacía sentir que había encontrado algo, una pieza de la historia, ya no solo del poeta sureño, sino que de parte de la civilidad santiaguina. Tal vez ese fue el inicio de mi afán por recorrer y descubrir bares, estos eran como dice Piglia, nuestros barcos balleneros a la manera en que eran los barcos balleneros para Melville, o bien las naves desde donde despegar, o tan solo un refugio. En ese tiempo el lugar de moda era el bar Liguria, todos preponderaban sus virtudes culinarias y su atención, lo cierto es que lo visité un par de veces, y no podría ponerlo por encima, por ejemplo, de La Piojera. Podrán decir que es una cosa de gusto pero en los bares también existe una suerte de filiación, y ambos bares tienen un símbolo social distinto, por mucho que La Piojera sea un lugar para el turismo, como una especie de lugar arqueológico que se visita para tener una idea de lo que fue Chile, creemos que ese espíritu pervive en las calles aun, y si bien vive bajo una amenaza, aun brillan sus fulgores, me refiero a una manera de vivir la civilidad, a una manera de ser gente común, que si bien no es todo lo que se aprehende en la poesía de Enrique Linh, si es una de las cosas que va dejando, al igual por cierto en la poesía de Teiller.

Hoy escribo esto, para comentar la desaparición de tres bares secretos, de tres bares emblemáticos, de la desaparición de una parte de la trastienda de la historia de los últimos decenios; El primero, el bar Ingles, ubicado entre la calle Bandera y la calle Agustinas, en el subterráneo de una galería, llevaba ochenta años funcionando, tenía una barra como traída directamente del far west, era de los pocos lugares donde se bebía sin ruidos televisivos o de algún molesto e histérico wutlirser.
Por lo demás era un bar sin ambigüedades, ahí se iba a beber solamente, nunca en los cuatro años que lo visite se intentó buscar el éxito ofreciendo combos o promociones bobas. El lugar, si podías apreciarlo, te proponía una manera distinta de relacionarte, de una amabilidad que desaparece junto con este lugar.

El segundo, el City bar, y su puerta giratoria que te invitaban a un viaje, este era el bar del Hotel City, que en algún tiempo tuvo mejor suerte y más esplendor, sin embargo su bar persistía con su elegancia y distinción que los años no le quitaron en nada. Beber una cerveza ahí lograba abstraerte de la fealdad circundante, añorar mejores tiempos, pensar en los viajes que nos esperan, sentir una extraña nostalgia, y tal vez emborracharse sin remedio. El bar de los Canallas, debe ser tal vez el más conocido de los tres, en especial por su contraseña, que en estos tiempos solo era un remedo de lo que algún día significó, si bien nuestra generación no lo vivió directamente. Se llegaba o por la curiosidad que provocaban los nombres de sus tragos, anunciados en unos carteles sin pudor (por ejemplo, el vitalicio, el vietnamita etc.), hasta la entrada y la mencionada contraseña. Una vez adentro las fotos y rayados, y todos los recuerdos que eran reconocibles para cualquiera que esté enterado de los sucesos acaecidos en Chile en los últimos 35 años. Si bien este bar tenía un aire distinto a los otros dos, digamos un signo más contingente, mas en relación con la urgencia, no deja de ser penosa su desaparición debido al lugar que había pasado a ocupar en el imaginario público, y a la cantidad de recuerdos que seguramente acumulaba.

La Unión Chica persiste aun, con su historia y sus leyendas, lugar que no solo albergó al poeta Jorge Taller, sino que también fue un lugar de reunión y refugio para diversos poetas y artistas, o gente que escapaba del horror cotidiano. Actualmente es un lugar visitado mayoritariamente por empleados públicos, o jóvenes estudiantes que al igual que yo un día, buscan encontrar algo de la leyenda que se forjó en ese lugar. También sigue en funcionamiento la Piojera, y hace unos años se reabrió la confitería Torres, lugar mencionado más de alguna vez en sus crónicas por Edward Bello. Existen otros lugares, como el Hoyo en Estación Central, o por el mismo sector, Los Compadres, y bueno así podríamos seguir sumando lugares que generan una manera de ser en esta ciudad, lugares donde iremos a brindar por los bares desaparecidos, o tal vez sería más preciso decir, por los bares abandonados en el horizonte de nuestra historia común.



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